jueves, 2 de abril de 2009

Nueva York, Viernes 21 de Junio de 1933.


















Pie de Foto:
Izquierda, James Starkweather; Derecha, Doctor William Moore.



Menuda tortura, aquella semana remontando el Yan-Nuan no fue tan agotadora. En estos días me he dedicado a recopilar información sobre los dos líderes de la expedición entre otras muchas “interesantes” alternativas.

James Starkweather es un tipo más que peculiar: Coronel retirado, veterano de la Gran Guerra, se ha pasado media vida recorriendo el continente africano organizando safaris para la clase adinerada y los ricos diletantes de este país.
La prensa le describe como un tipo orgulloso, con dotes de mando y buen conocedor de su trabajo. Vamos, un perro viejo y muy correoso. Si se empeña en jugar duro, será bastante difícil convencerle… pero salvo él, sólo yo sé lo que es un escenario de guerra, espero que eso me de cierta ventaja.

Tuve la ingeniosa idea de sacar de la biblioteca algunos de los libros que ha publicado hasta la fecha. Tenían todo el aspecto de ser todo un derroche de masculinidad, y no me equivocaba.
Los libros de J. Starkweather han resultado ser un redomado pestiño: batallitas de un coronel retirado haciéndose el héroe con ricos jubilados y coquetas herederas de la fortuna de papá por toda África, justo lo que imaginaba. Espero que semejante tortura intelectual sirva al menos para poder soltarle dos o tres datos de su pasado que le asombren en la entrevista.

Después de tan “amena lectura” me decidí a indagar sobre los trabajos del profesor William Moore y para ello nada mejor que viajar a Miskatonic y ver lo que podía rascar allí. De esta forma tendría también oportunidad de entrevistarme con el profesor Dyer y el profesor Peabody y contrastar de primera mano lo que sé de la expedición del 31 a través de la prensa. Así que allí me planté el Martes.

No me dejaron leer el informe original, pero me remitieron la prensa, donde aseguraban había una copia completa. Esa copia es la que ya la había consultado. Aún así, traté de entrevistarme con el profesor Dyer. Desafortunadamente se encuentra fuera del país y no regresará antes de la fecha de embarque prevista para la expedición, cuanto menos a tiempo para que la información que pudiera darme me fuese de utilidad para mi entrevista.

Sí pude hablar con el profesor Peabody. No ha podido darme mucha información alternativa a la que ya manejo. La entrevista ha sido realmente cortés aunque un tanto aburrida y cargada de tecnicismos. De hecho hubo un momento en el que pensé que me quedaría durmiendo de pié. Tuve que sacar todo mi encanto para parecer atenta e interesada. Se empeñó en enseñarme su famoso perforador, aquél responsable de las excavaciones que tanto dieron que hablar y me atormentó durante horas con las mejoras que tendrá el prototipo que se va a utilizar en este nuevo intento. Lo cierto es que nunca pensé en impresionar a mis entrevistadores con estos detalles de ingeniería y mecánica, pero no me vendrán mal y seguro que no se lo esperan… menos aún de una mujer. Tengo que sacarle rentabilidad a las horas de monólogo ininterrumpido a las que fui sometida sin piedad. Eso es tortura -y yo me quejaba de las prácticas asiáticas-.

No dejé tampoco pasar la oportunidad de hablar con algunos de los alumnos del doctor Moore ya que no me parecía ni ético ni oportuno hacerlo con él en persona. Va a ser uno de los entrevistadores y no quiero que piense mal de mí (ni desvelarle mis cartas, todo sea dicho) Le pedí a sus alumnos referencias en cuanto a su producción bibliográfica y me recomendaron algunos títulos que ya parecían entonces de todo menos de lectura amena. Ha sido también el sacrificio hecho para ganarme su confianza.

El miércoles, Lorrie me ofreció un dato interesante. Había logrado saber dónde vivía el operador de radio Mctighe. El telegrafista ha sido el único superviviente de aquel viaje que ha dado señales de vida y ha aceptado hablar de ello. El resto, o se han negado a ser entrevistados o sencillamente han desaparecido del mapa, como Dyer. No vive lejos, en Kingsport… parece ser que encontró trabajo como operario del faro. Resulta algo peculiar que él fuese quien retransmitiera para el mundo entero, precisamente a la radio de aquel mismo faro, los pormenores de aquella fallida expedición. Ahora se encuentra en el otro lado de la misma emisora que recibió sus reportes desde el confín helado del mundo. No deja de parecerme curioso, la verdad. Le llamé y acordé una cita.


Resultó un hombre extraño y solitario, pero muy elocuente y me ha proporcionado interesantes aspectos de la investigación. Parece ser que los científicos encontraron cosas sorprendentes en los hielos antárticos que concuerdan con los extraños datos que he manejado. Aunque la información oficial difiere poco de su versión, conseguí que me mostrase las transcripciones originales que se hicieron de los reportes enviados por él a aquella misma estación y que aún se encontraban en los archivos del faro. Dichas transcripciones de las conversaciones por radio son muy reveladoras ¿por qué Dyer llamaría a aquellas enormes formaciones montañosas, las Montañas de la Locura? Esto tengo que dejarlo caer en la entrevista, cueste lo que cueste; Mctighe me ha asegurado que pocos saben este dato.

Durante la semana no pude visitar a Warren como tenía intención, ahora que sabía que al fin había regresado de su misterioso viaje. Estuvimos jugando un poco al gato y al ratón, pero al fin hoy nos hemos visto. Aún tenía que darle su regalo.
No parece irle mal en el trabajo, pero asegura que es algo oscilante: unos meses está saturado de casos y otros meses tiene que revolver en la basura, según confiesa. Bueno, no será para tanto, los trajes que gasta no son precisamente de la beneficiencia… y he visto a pocos mendigos fumar en una Dunhill y pedir bourbon de 12 años.

Warren se mostró encantador, como siempre; tiene alma de galán, no puede esconderlo, es el perfecto caballero.
Tomamos café en el Davemport y cenamos en Gino & Giovanni’s aquellos Lengüinni a la Traviatta, plato estrella de la casa; los mismos que me obsequió antes de marcharme a China. Rememoramos viejos recuerdos, paseamos por Broadway Avenue, como solíamos hacer en nuestra etapa de compañeros de trabajo y tomamos las copas en el mirador del New Yorker Hotel. Como siempre, exquisito, no puede negar que es un seductor nato. Nadie como él para provocarme esta tensión extraña de la que huyo y que me seduce al mismo tiempo. Lorrie está cansada de decirme que Warren se muere por cortejarme y que no es más explícito conmigo por nuestra dilatada relación y por esa fastidiosa, a su juicio, costumbre mía de mostrarme fría e inaccesible a los hombres. Debo reconocer que Warren es mi tipo de hombre ideal, que siempre lo ha sido, pero que me atrae con la misma fuerza que en el fondo me asusta. Sí, creo que en el fondo me asusta tener una relación seria con él.
No sé si será su fama de seductor –y el escaso gusto que le encuentro en la elección de sus conquistas- o que se parece demasiado a mí y eso me aterra. Lorrie me asegura que su aire libertino se debe, entre otras muchas cosas, a que yo no le mando mensajes claros cuando él sí lo hace… Yo nunca he visto tales mensajes o no he querido verlos, lo confieso.
En fin, supongo que nadie salvo Lorraine aprobaría dentro de mi círculo una relación con él. Mi padre no lo hacía, nunca le perdonó que dejara el cuerpo y mi hermano James, a pesar de la íntima amistad que le profesa, sé que no lo ve como mi futuro marido. No cree que un tipo que hace de escarbar en los secretos de la gente su profesión, que un día está aquí y otro en vaya usted a saber dónde, sea un buen padre para mis hijos. En el fondo sé que James me quiere ver casada con un reputado médico o un abogado de prestigio de los muchos que engrosan las amistades de mi hermano Douglas. Aunque quizá la cuestión sea que una parte de mí tampoco acepta una relación con Warren. Lorrie dice que estoy loca y yo también he llegado a pensarlo.

Con todo, Warren escuchó pacientemente todos mis desvelos por conseguir esa plaza en la expedición. No esconde que le hace poca gracia volver a perderme de vista a poco de aterrizar en Nueva York, pero ante todo es mi amigo y me apoya al cien por cien. Nadie como él, antiguo periodista, puede valorar la importancia que tendría para mi carrera y para mí como mujer conseguir un asiento en esa expedición. Se ha ofrecido a ayudarme en lo posible. No sé por qué sospecho que tendré que utilizar sus sutiles habilidades antes de lo que imagino. Esta expedición cada vez parece más interesante. No sólo podría convertirme en la primera mujer en pisar la Antártida, sino que puedo ser una seria candidata al Pulitzer si lo que allí se descubre tiene visos de ser lo que sospecho. Esa expedición puede significar el encumbramiento de cualquier periodista, pero representa aún más para una mujer periodista. Tengo que lograr subir a ese barco… cueste lo que cueste.

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